miércoles, 18 de marzo de 2020

VIOLENCIA CONTRA LA MUJER Y EL ROL DE LA UNIVERSIDAD. MAICA ORTEGA


Violencia contra la mujer. Reflexiones sobre el rol de la universidad[1]

Por María del Carmen Ortega[2]

La contundencia de las cifras de feminicidios nos coloca como sociedad en un espacio en el que no hay lugar para posturas inocentes: somos una sociedad colonizada por la violencia contra la mujer y, lo que es peor, inoculada con su naturalización. Es imperativo entonces reflexionar acerca de nuestro rol individual, social e institucional en la contribución de su profundización o de su eliminación como integrantes de la academia, como habitantes de las aulas universitarias, en definitiva como operadores del derecho. En palabras de Johan Galtung [3] y entendiendo la violencia física, verbal, psicológica como la punta de un enorme iceberg cabe repensarnos en el marco de la violencia cultural, es decir qué hacemos frente a las vertientes de nuestra cultura que son usadas para legitimar la violencia y qué nos lleva a percibirlas cargadas de razón y por tanto legitimadas, psicológicamente interiorizadas, comunitariamente naturalizadas; qué nos impide advertir que la violencia cultural es tan silenciosa como persistente porque predica, incita, enseña, embota nuestras mentes al quedar plasmada la violencia en costumbres, hábitos, en nuestra memoria colectiva y en nuestras normas.
Ya hace veinte años Bourdieu nos advertía en La dominación masculina acerca de la estructura patriarcal que presupone la asignación de roles preestablecidos a mujeres y hombres, asignación que predetermina y concreta las formas de vida y las concepciones del mundo en la sociedad. Así la dominación masculina emerge como una forma de violencia simbólica que se caracteriza por hacer legítima la desigualdad entre ellos. Pero también agrega que esto no significa negar la posibilidad de resistencia social y de creación simbólica. Se trataría entonces de emprender un trabajo de transformación del mundo, un trabajo que puede estar caracterizado por no reproducir los esquemas de dominación incorporados. Este trabajo silencioso es capaz de promover una “deshistorización” de los principios de diferenciación social relacionados con la dominación masculina[4]
Debemos volcar nuestro análisis acerca de cómo desde sus propias estructuras las instituciones y en particular las universidades generan en su vínculo con la sociedad mecanismos tendientes a maximizar o no la violencia contra la mujer ya que, como plantea Maturana[5] el sistema educativo constituye una forma organizacional que facilitará o negará el acceso a la igualdad. Vale decir, el diseño obedece a cuestiones económicas y fundamentalmente ideológicas de la organización y no podemos adentrarnos en esta temática sin antes destacar que sólo un pueblo educado en democracia puede generar instituciones democráticas. No es posible plantear seriamente la legitimidad y sostén del Estado de Derecho sin tomar como condición necesaria la educación de la ciudadanía para convertirla en guardiana del cumplimiento de sus derechos y garantías. Las democracias modernas suponen la activa participación de la ciudadanía a fin de que la legitimidad de las acciones de gobierno no recaiga únicamente en el acto eleccionario sino que se fundamente primero, en una ciudadanía cívicamente formada y educada, y luego necesariamente escuchada a través de los distintos canales de comunicación que al efecto se delineen. Así, las cuestiones relativas a la legitimidad sólo tienen sentido en la medida en que existan posibilidades reales de una mejor y mayor participación.
Cuando la palabra ‘currículo’ -plan de estudios- se aplica al contexto de la educación, comprende todas las actividades que los  y las estudiantes llevan a cabo, especialmente aquellas que deben realizar para terminar su carrera, o sea el camino que deben seguir.  La mayoría de las definiciones de plan de estudios se refieren a todo aquel aprendizaje que ha sido planificado y dirigido por la institución educativa, tanto en grupos como individualmente, fuera o dentro de la institución. Sin embargo, subyace un plan de estudios oculto, paralelo al plan de estudios formal que incluye las variables que tomamos en cuenta para nuestro diseño institucional y que supone nuestra creencia acerca del modo, rol y características de aquellos a quienes va dirigido: que aprender es aburrido o que es interesante; que aprender significa saber algo, o  que aprender significa resolver problemas; que existe una única mirada o que existen muchas; que es necesario incluir la diversidad o integrarla. De tal modo que la inclusión de estudios de género en nuestros planes de estudios debe contar necesariamente con un presupuesto integral por el cual el cuerpo estudiantil, docente y el personal administrativo estén comprometidos con su enseñanza, defensa y ejercicio, es decir más allá del dictado de una asignatura debe ser sostenido en cada resolución y actividad con el que dictemos una o desarrollemos la otra.
Acorde con la Prof. Barbara Daviet [6] –Université Paris Descartes- la educación es un bien común, definición que le permite soltar el anclaje en teorías económicas que distinguen bienes privados como Samuelson que  formalizó matemáticamente (1954/1955) y públicos Musgrave (1941/1969),  en tanto beneficia no sólo a quien la recibe sino a muchas más personas que serán influidas por su transformación educativa.  Daviet plantea, y cito: …la  noción  de  la  educación  como  un  bien  común  para  trascender  visiones  utilitarias  y  como  vehículo  para  concebir  la  educación como una tarea colectiva desde una perspectiva humanista” Esta postura coincide con un rol mucho más activo de las instituciones educativas en general y de las universidades en particular dado que las coloca como motor de cambio social para desestructurar el paradigma patriarcal Una de las formas actuales de medición de calidad educativa es el grado de deserción de estudiantes de las carreras de pre-grado o grado universitarias, es decir la relación entre ingresantes y egresados por cohortes. Y es ésta una forma que seguramente permitirá el diseño de espacios, recursos humanos, necesidades presupuestarias, entre otras. Sin embargo, un semestre en una universidad tiene un impacto social que generalmente se soslaya. La vida universitaria -fundamentalmente en la universidad pública-, los conocimientos adquiridos, las preguntas con y sin respuesta, la reflexión interna,  influyen en quienes asisten a las aulas y también en sus familias, trabajos y grupos sociales. Ésta visión cualitativa implica la responsabilidad institucional en el caso de violencia contra las mujeres y cualquier cuestión de géneros y derechos de minorías, respecto de cada estudiante que está en el aula en clase de filosofía, economía o derecho penal porque puede que no logre o quiera recibirse pero nos está dando la chance de integrar para sí y para su comunidad nuestra posición  frente a las mil y una veladas formas de violencia que como sociedad hemos aceptado durante siglos.
Si entendemos la cultura como comunicación, entonces estamos comunicando violencia en nuestros discursos supuestamente no violentos. Si por ejemplo como nos enseña Maturana [7],  la competencia que en sí misma constituye la negación del otro, es nuestro incentivo más apto “para la superación y evolución del individuo” entonces nuestro discurso social no propugna ni la tolerancia, ni la paz, ni la integración y pasa a ser un sostén –ignorado, subyacente- de todo lo que decimos no desear. Cada vez hay más mujeres en las aulas universitarias: estudiantes, docentes e investigadoras, y también más integrantes de equipos de gestión en centros de estudiantes, consejos a académicos, superiores y estructuras departamentales que dan cuenta de un cambio que atraviesa todos los sectores sociales y se repite en la administración de justicia, en el poder ejecutivo o legislativo.  No alcanza. La manipulación continúa si el acceso es producto normativo -social o legal- de quienes diseñan cupos, puestas en escena que respetan una cierta simetría o al menos una imagen que refleje una supuesta mirada de género ya que de este perverso modo las mujeres son constantemente llevadas a creer que el poder les es graciosamente concedido y entonces la igualdad deviene en ilusión. Estamos dando un paso en el largo camino a la igualdad. Como nos enseña la gran Rita Segato [8] las mujeres están auxiliando a los hombres en la percepción real del mandato de masculinidad y en el reconocimiento de su propia necesidad de construir otros modelos de masculinidad.
Si consideramos con carácter general  las 100 Reglas de Brasilia, suscriptas en el 2008 por nuestro país entre otros, observamos que éstas funcionan como principios dirigidos a las universidades y escuelas de derecho acerca de cómo deben ser formados sus estudiantes a fin de actuar como instrumento para la defensa efectiva de los derechos de las personas en condición de vulnerabilidad ya que poca utilidad tiene que el Estado reconozca formalmente un derecho si su titular no puede acceder de forma efectiva al sistema de justicia para obtener la tutela de dicho derecho. Entiendo que más allá de las historias personales y profesionales que nos han llevado a gestionar instituciones sociales, especialmente educativas, con independencia del género, tenemos que afianzarnos primeramente en la tarea de visibilizar la violencia enquistada para luego generar desde las aulas, las actividades de  investigación y la extensión universitaria promotores del cambio para instaurar y legitimar una cultura de paz.
Como nos enseña la gran Rita Segato las mujeres las mujeres las que estamos auxiliando a los hombres para percibir cuánto daño les hace el mandato de masculinidad y cuánto les puede interesar a ellos construir nuevos modelos de masculinidad



[1] El texto facilitado por la autora tiene una primera publicación original en el Suplemento de la Revista La Ley del día 10/3/2020.
[2] Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Mar del Plata
[3] Galtung, Johan – “A Theory of Conflict Overcoming Direct Violence”, Trascend University Press, 2010
[4] Bourdieu, Pierre – “La dominación masculina”. Anagrama, Buenos Aires, 2000
[5] Maturana, Humberto – “Emociones y lenguaje en educación política”, Ed. Dolmen Ensayo, 2001
[6] Daviet, Barbara –  “Investigación y prospectiva en educación: contribuciones temáticas”, UNESCO Biblioteca Digital, 2016
[7] Maturana, Humberto – “Emociones y lenguaje en educación política”, Ed. Dolmen Ensayo, 2001
[8] Segato, Rita – “Las estructuras elementales de la violencia”, Prometeo, 2012 (entre otras obras)

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